martes, 3 de noviembre de 2009

Las delicias que nos llevamos a la boca

Publicación original: 11 de septiembre de 2007

Mi saludable y recién adoptado estilo de vida me tiene en un bien intencionado intento por comer en orden, no fallarle a sacudir los huesos y acostarme temprano. Para empezar bien el día, me bebo en ayunas una sabrosa mezcla que se monta en un caballito, y que lleva aceite de pescado, aceite de oliva y unos jugos raros de algas marinas.

Mi refinado paladar ha llegado, después de algún tiempo, a incluso apreciar el sabor exquisito del coctel. Por eso, cuando hoy en la mañana me lo tomé de un golpe, mi sorpresa fue mayúscula al recibir en la lengua un intensísimo sabor a pescado salado, en la garganta un raspón como del mezcal más cantinero que he probado y en el estómago un golpe de plomo caliente.

Me levanté, gesticulando a lo Marceau y declamando un florilegio de poesía vernácula, a investigar (que para algo soy detective) qué diablos había pasado. Cuando me vio venir, la niña nueva que ayuda en casa quiso escapar al arresto y después resistirse al interrogatorio. Por fortuna mi experiencia en técnicas de tortura inquisitiva es mucha y pronto confesó."Pues me dijeron que le pusiera del jugo de pescado", dijo mostrándome una botella de un extracto, saladísimo y concentrado, que uso a gotas para cocinar platos orientales.

Al tercer yogurt que me comía para tratar de quitarme el sabor ya me estaba riendo y acordándome de otras aventuras similares:

De niño, con mi primo en el súper, nos dedicábamos a probar todo el buffet de muestras que, de obsequio o no, se extendía ante nosotros. Después de escupir una repugnante y pastosa sustancia blanca me dí cuenta de que los cuadritos que yo pensaba de queso eran en realidad de manteca de cerdo.

Regresando a casa de madrugada, después de suficientes tragos, abrí la alacena para encontrarme con un botellín de jugo de manzana, extrañamente abierto pero del color correcto. Después del gran trago propio de la hora y el subsecuente brinco escupidor hasta el lavabo, usé con más cuidado los sentidos para descubrir que era aceite quemado, que habían vaciado ahí después de freír vaya usted a saber qué.

Otra vez llegué totalmente exhausto después de jugar un largo partido de americano, y en el refri hallé una gran jarra de agua de limón, a la que procedí a darle, sin el trámite del vaso, unos tragos de caballo. ¿Saben qué era? Caldo de pollo. Refrigerado, por supuesto.

Y yo es que no entiendo las ocurrencias de quien pone esas cosas en esas presentaciones. Parece a propósito.

Ah, y me han contado de un tío que llegó una vez después de la fiesta, con la turbación sensorial y el hambre atroz que sólo dan de madrugada, y se zampó, hasta dejarla limpia, la olla completa del guisado mixto que le habían hecho a los perros, con sobras, huacales, pellejos e imagínense qué no.

Guácala

1 comentario:

  1. A esta hora si .. no cabe duda que son "delicias" pero hasta en el sentido del gusto uno antes loimagina antes de darle un buen bocado...

    argh¡

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